miércoles, 23 de marzo de 2011

El amianto (asbesto).

Cada cinco minutos muere una persona a causa de alguna enfermedad provocada por el amianto (asbesto). De aquí al 2030 cada año van a morir unas 140.000 personas en el mundo que hace entre veinte y cuarenta años estuvieron expuestas a este mineral y en total unos 10 millones serán sus victimas en 2030. A toda esta matanza hay que añadir los inenarrables y atroces sufrimientos de los afectados y de sus familiares. Es la primera causa de muerte profesional. La serie de horrores continuará porque si en la civilizada Europa se prohibía el mineral casi totalmente desde 2005, en Canadá, en los países emergentes y en los empobrecidos (China, India, Brasil, México) la extracción y consumo van en aumento



Podemos sacar la conclusión de que además de las enfermedades profesionales debidas al amianto, existen las vinculadas al hogar, al medio ambiente y las que podemos denominar virtuales, o sea las que podrían habernos afectado a todos dada la abundancia y extensión geográfica de cómo se ha producido este material.
Desde esta perspectiva se puede adelantar que esta década y la próxima presentarán los puntos más altos de enfermedades y muertes debidas al polvo letal, habida cuenta que fue en la década de los ochenta cuando se alcanzaron los valores mayores en la producción de este mineral y del largo período en que la enfermedad contraída se manifiesta. Lo que se llama periodo de latencia.
No es sólo la primera causa de muerte profesional sino también, desde el punto de vista de las aseguradoras, el siniestro más importante de todos los tiempos.
La principal familia responsable de esta catástrofe humana, que muchos califican de genocidio por ser la mayor de todas las masacres industriales conocidas, es bien conocida. Los Schmidheiny (suizos) desde principio de siglo XX dominan este negocio en el mundo y han pasado en cuatro generaciones de ser descendientes de un sastre a tener en sus filas dos de los magnates mayores del planeta: Thomas y Stephan. El amianto-cemento constituye su secreto. El municipio suizo de Niederurnen no sólo ha sido la sede de su negocio de amianto en Suiza, sino que llegò a convertirse en uno de los centros mundiales del amianto-cemento (Eternit). Desde el holding de los Schmidheiny se controlaban las fábricas en dieciséis países con 23.000 personas empleadas. Fue la sede de la SAIAC (Sociedad Anónima Internacional de Asbesto-Cemento) el cartel del amianto que ha controlado precios, volúmenes, técnicas, presiones políticas y silencios bien gestionados sobre la letalidad del mineral.
Para hacerse una idea de la magnitud del daño, basta contemplar a esta familia controlando el 90% de las actividades productivas del amianto importado en Suiza, por las que desde 1945 a 1985 han pasado unos 10.000 trabajadores de manera intensiva (cada día durante años) y otras 100.000 que sufrieron exposiciones ocasionales pero repetidas. Si, como admiten los neumólogos, una sola fibra inhalada es ya demasiado, todos los 110.000 expuestos peligran, y no saben ni el día ni la hora, por lo insidiosa que es la enfermedad específica denominada mesotelioma: no da apenas síntomas y una vez emergida supone la muerte en pocos meses y entre atroces sufrimientos. De esta tremenda magnitud se deriva la presunción de genocidio que se adjudica a los Schmidheiny.
La fundación «filantrópica» denominada Avina fundada por el citado magnate dedicaba ingentes cantidades de dinero a hacer negocios con los más pobres, de la mano de ONGs y otros movimientos sociales, bajo el marchamo de la responsabilidad social corporativa y de lo que hoy se llama capitalismo verde. Esta fundación ha venido penetrando los movimientos sociales por arriba y esto implica desactivar las resistencias al capitalismo, especialmente de Latinoamérica, utilizando como puente a ciertos líderes europeos y nativos.
 La conspiración del silencio
La industria ha venido haciendo un esfuerzo exitoso para ocultar, tergiversar y minimizar las fatales consecuencias para los trabajadores, y no sólo para ellos, en lo relativo a la extracción, transporte, producción y mantenimiento de este mineral del que se ha dicho hasta que es milagroso. Este adjetivo con el que se ha propagado es una de las grandes mentiras del amianto.
La historia de los Schmidheiny es una concreción amarga de aquella sentencia del novelista Honorato Balzac que afirmaba, hablando de un personaje enriquecido, que todos sus dineros estaban manchados de sangre. A lo largo de su historia se han aliado con los regímenes políticos más tenebrosos, desde los nazis hasta los propulsores de apartheid sudafricano, para mantener a sus obreros en un régimen de semiesclavitud. También colaboraron con Pinochet, con Somoza en Nicaragua al que «vendieron» el 60 de las acciones de Nicalit, la empresa de amianto en ese país, y con otros varios dictadores suramericanos.
Pero, sobre todo, siguieron con el negocio y tomando las mínimas medidas de protección laboral, a pesar de que desde mil ochocientos ochenta y nueve (1889) ya se tenían noticias de la letalidad de este mineral y, posteriormente, muchos trabajos científicos  habían dejado bien establecidas las distintas enfermedades que provoca así como los efectos domésticos y ambientales que acarrea .
Fue sólo en 1973 cuando la OMS reconoció la peligrosidad del amianto; en 1978 el Parlamento Europeo lo declaró cancerígeno laboral, y en 2005 la propia Unión Europea dictó una severa prohibición de importar, fabricar y usar todas las clases de amianto. Sin embargo, la conspiración del silencio que el lobby del amianto adelantó ha tenido bastante éxito, habida cuenta que hoy en sólo 55 países está prohibido, lo que significa que en más de 140 el amianto continúa su macabra y letal acción.
La mentira ha sido la norma por parte de las empresas en la tragedia del amianto, pero también la censura y la tergiversación. Y se ha podido afirmar que en algunos países la influencia corporativa sigue teniendo más fuerza la que la libertad de expresión y la democracia, pues cualquier intento de divulgar los peligros del amianto es silenciado.
Y como el amianto sigue permitido en tantos países aun, el lobby de este mineral sigue haciendo uso de las viejas artimañana presentando estudios pseudocientíficos que afirman la inocuidad el amianto blanco; se celebran simposios para extender la mentira de su «uso controlado», y por tanto sin riesgos. Aparecen «sindicatos amarillos», controlados por los empresarios, que defienden igualmente el uso inicuo del amianto. Pareciera que la mentira del amianto es resistente, indestructible, e incorruptible, como su nombre etimológico.
 ¿Qué hacer?
Opino que es importante hablar del sufrimiento físico y de los dolores de los enfermos de amianto. Se suele hacer hincapié en los problemas financieros y jurídicos, pero nunca se habla de los inmensos dolores que sufren las personas afectadas. Se silencia el hecho de que este cáncer es particularmente cruel, nadie cuenta cómo los enfermos gritan a causa del dolor.
Mientras tanto se sigue exponiendo a los trabajadores a este peligroso material, únicamente por el ansia de beneficios económicos.
Los datos son espeluznantes. Ya hemos mencionado algunos y los completamos con las siguientes aportaciones, para que no se olviden:
En el mundo hay unos 125 millones de personas expuestas al asbesto en el lugar de trabajo. Según los cálculos más recientes de la Organización Mundial de la Salud, la exposición laboral al asbesto causa más de 107.000 muertes anuales por cáncer de pulmón, mesotelioma y asbestosis. Se calcula que un tercio de las muertes por cáncer de origen laboral son causadas por el asbesto. Además se calcula que cada año se producen varios miles de muertes atribuibles a la exposición doméstica al asbesto, según la misma entidad.
Estas muertes equivalen a un World Trade Center cada 10 días, lo que se dice pronto.
En síntesis, cada cinco minutos muere una persona en el mundo de una enfermedad debida al amianto o asbesto y así seguirá ocurriendo durante muchos años.
El daño llega a las personas de forma invisible. Silenciosa y pérfida: basta a veces una exposición pequeña. Y cuando se detecta el mal, ya suele ser demasiado tarde.
Las víctimas piden justicia, es decir reconocimiento, resarcimiento y sanciones sociales para evitar la impunidad y para no invitar a otros a hacer tales atrocidades.
La pirueta filantrópica
Como la situación de Stephan Schmidheiny era muy comprometida, intentó una estrategia de huida. Se construyó una autohagiografía: «me considero como un pionero que abandona por su cuenta el amianto antes que le sea exigido por la ley y tomo la decisión de salir del asbesto, basado en los potenciales problemas humanos y ambientales d el mineral. Pero también considero que en una época de creciente transparencia, y crecientes preocupaciones por los riesgos de la salud, sería imposible desarrollar y mantener un negocio exitoso basado en el asbesto».
Vendió o cerró las empresas de amianto en todo el mundo en la década de los noventa. Y sigue tratando de ser recordado como un gran mecenas ambiental. Para ello creó la fundación Avina en 1994, y en 2003 crea Viva Trust como institución financiadora de la fundación. La publicidad de este fideicomiso se hizo a bombo y platillo en Costa Rica, invitando a unas 200 personalidades seleccionadas de todo el mundo entre las que se encuentran el presidente del Banco Mundial, el embajador de EEUU en Costa Rica, Hernando de Soto, B. Drayton (fundador de Ashoka), Oscar Arias, ex-presidente del país y Pedro Arrojo de la Fundación Nueva Cultura del Agua con sede en Zaragoza, entre otros.
La fundación Avina se dedica a tratar de hacer negocio con los pobres, que según sus asesores son «el negocio de los negocios», porque son 4 mil millones y todos los días consumen algo, y porque los ricos «tienen el derecho de hacerse aún más ricos». Con esta filosofía y un recubrimiento de verde andan por Latinoamérica cooptando socios-líderes y penetrando los movimientos sociales para irlos desactivando y descafeinando. Pero no le han salido las cuentas; por eso en 2009 anunciaron una profunda reestructuración que es una especie de desmantelamiento, a la par que vendían la mayor parte de las empresas que le servían de financiadoras. Schmidheiny está ahora centrado en que los juicios que se le avecinan le hagan el menor daño económico y moral posible. Por eso se gasta millones en empresas de imagen como hemos visto. Falta le hacen.
Pero, según los investigadore del tema, este empresario disfrazado de filántropo a tiempo completo sigue sin querer pronunciarse sobre su pasado como director de Eternit pese a las demandas reiteradas de la que es objeto. Se estima que su fortuna alcanza la cifra de 5.000 francos suizos, una suma amasada sobre el capital generado por el amianto, es decir sobre la vida de millones. Como decía alguien, se ha construido a un «trono de sangre».
Pero las víctimas reclaman justicia e indemnizaciones. Toda la fortuna de los Schmidheiny será insuficiente para reparar los enormes dalos causados.
Pero nos queda mucho que hacer y no nos podemos permitir desilusiones. En todo el mundo hay que luchar por la prohibición universal de todo tipo de amianto, especialmente el crisotilo o amianto blanco que es el de uso más abundante, y una vez conseguida la prohibición, queda pendiente la enorme tarea de atender a las víctimas, resarcirlas, castigar ejemplarmente a los culpables, personas y empresas, y efectuar la desamiantización del mundo entero, de forma que no se sigan exportando los desechos a los países empobrecidos.
Por eso hay que continuar la tarea de divulgar la verdad luchando por la prohibición, por la justicia y la reparación, y no permitiendo que a base de mentiras el genocidio del asbesto continúe su maligna labor.


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